Cuando un niño pequeño se enfada y descubre que mostrando su enfado consigue lo que quiere, acaba generalizando ese enfado y haciéndolo cada vez más notorio. Es entonces cuando se establecen las rabietas como medio de expresión válido para el niño y cuando el adulto puede perder el control sobre lo que espera del niño.
En primer lugar, es fundamental que el niño no perciba que sus rabietas nos afectan, de este modo empezará a entender que no llama su atención y que mostrar su enfado así no es muy efectivo. Además de ésto, le explicaremos que hasta que no se calme no será atendido pero que cuando lo haga lo escucharemos. En efecto, cuando esté mucho más calmado escucharemos lo que nos pide y le responderemos con la conducta que esperamos de él.
La dificultad a la hora de manejar estas situaciones está, no tanto en el niño como en el adulto: Es normal que el niño atraviese un proceso en el que va aprendiendo a graduar sus enfados o a comportarse ante distintas situaciones pero en realidad, es el adulto el que va indicándole si las conductas generadas son válidas o no. Cuando perdemos los nervios ante el niño, éste está siendo consciente de que él puede más que nosotros y va a intentar imponerse, pero si nos ve tranquilos y seguros de que no le atenderemos hasta que no cambie su actitud, regulartá su enfado. Ante situaciones similares irá aprendiendo que para conseguir algo es necesario acudir al adulto sin enfado.
MAR EXTREMERA SÁNCHEZ
Psicóloga